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Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

El reposo del profeta en su tierra

Por Manlio Argueta

He visto a Alvaro Menén Desleal, ocho días antes de declarársele una grave enfermedad. Ceci llega corriendo de la tiendita del barrio rural donde viven. Nos ha visto llegar y no quiere que toquemos el timbre, porque Alvaro está en cama. ¿Alvaro enfermo? ¿Es posible que el maestro del humor y la ironía esté en cama a sabiendas que el reposo sólo existe con el escudo al frente como vencedor y sólo sobre el escudo como lecho si perece en combate? Como los atenienses. Llegué con Eduardo Rodríguez, de la Asociación de Salvadoreños en Los Angeles, a invitarle para que él y su obra Luz Negra, se presenten en aquella ciudad en el mes de septiembre. Como contrapartida a su acuerdo con la invitación nos dice que le gustaría si pudiera dar algunas conferencias. Le decimos que esa sería una meta de la visita. El rostro se le ilumina, no obstante da muestra de un gran cansancio.

Cubierto con una frazada en su lecho de enfermo, me dice los síntomas. Fiebre diaria y dolor agudo en las caderas. Pregunto que si lo está viendo algún médico y me afirma que sí, y que está siguiendo un tratamiento de agujas. La información del satélite y los años lo hacen curandero a uno, por lo menos sobre la superficie del agua. "Si no es malaria, debes necesitar algo más que la magia china", le digo. Me responde que en esa región no hay mosquitos. Por tanto no puede ser malaria. Le insto entonces a que debe buscar a más de un médico. Acepta con humildad, cosa rara en él, no la humildad sino su fácil aceptación. Me dice que el médico piensa que se trata de una depresión. Desde un principio estoy en guardia ante su evidente mala salud. Le digo que no puedo concebir a un Alvaro deprimido; pero me confiesa que sí estuvo deprimido mientras vivió en México. Pero que tampoco cree que se trate de esa dolencia. Sigue emocionado por la invitación y sale de la cama, eso me alegra y se me hace que soy un mal pensado cuando dudo de su salud, he perdido tantos poetas cercanos que no es posible que perdamos a alguien más.

Aprovecho ese oasis para mostrarle el arbolito frutal exótico que le he llevado de regalo. Sonríe feliz, su sonrisa de enfant terrible esconde esa tristeza que muchas veces nos da miedo evidenciar ante la memoria dramática de la vida del país, en que cualquier sufrimiento personal puede parecer una flor en la solapa. De regreso de la breve montaña donde vive insisto con Eduardo, el compañero de Los Angeles, que eso no puede ser una enfermedad benigna, esos dolores y fiebres podrían augurar algo grave.

"Temo que algo serio le está ocurriendo a Alvaro", comenté después con mis amigos bajo el riesgo de parecer exagerado. Es también adivinación de poeta. Además, esta vez, Ceci, su fiel ángel de la guarda, nos había ofrecido café con galletas y Alvaro estuvo de acuerdo. Ese era otro signo porque nunca antes había dejado de ofrecernos de un baúl de pirata los más raros wiskis y vinos, para los amigos especiales, según decía. Con todo, la futura presentación de su obra en los Estados Unidos nos hace olvidar su estado. Una llamada por teléfono: es Rafael Menjívar Ochoa, comentan varios minutos una novela de Alvaro que se la ha dado a aquel para que se la revise, porque quiere editarla. "No me atrevo a corregirla", me comenta ¿Signo de la depresión?

"Sabés, me dice cuando termina con su llamada, esta novela la envié a UCA Editores cuando tu ganaste con Un dia en la vida" (se me viene a la memoria que fue en el 80). Le observo que no hay razón para que la hubiera tenido tanto tiempo en sus archivos.

Regreso a mi casa con un racimo gigantesco de guineos que me obsequió de su mínima finca. Pero soy car-gante cuando mis glándulas tocan las cuerdas de la sensibilidad. Comento a Carmen y a mi hijo que me huele mal lo que le pasa a Alvaro: Si en Los Planes no hay mosquitos no es malaria, además si se relaciona con ese dolor agudo, podría ser algo grave, la lógica es inocente pero en esos momentos prevalece mi olfato. Dos días después llamo por teléfono a Ceci y me dice que esa mañana lo llevó a hacerse exámenes de sangre con el médico de la localidad rural. "Ahora sí, está salvado" pienso, porque las enfermedades graves circulan en el océano de la sangre y si se detectan a tiempo no hay problema. Al cuarto día Ceci me evidencia que su caso es muy avanzado. "Puta, el páncreas, lo mismo que Italo López Vallecillos", por algo me aguijoneaba la intuición.

El Alvaro de los años 60 fue un admirable profeta en su tierra. Pero en los últimos años escogió el aislamiento, recurso para defender su tranquilidad creativa. Quise entender esa búsqueda solitaria pero no me parecía propio de quien había sido uno de los comunicadores más sobresalientes de la época; además, tiene más de quince libros inéditos que ha preferido esconder, como si el profeta no quisiera seguir pregonando su magia. Nunca se lo entendí, pero tampoco quise preguntárselo por respeto a su opción.

Ahora, el poeta, cuentista y dramaturgo permanece en su lecho. El ateniense de las ideas solo descansa; sin embargo, como un profeta en su tierra seguirá extendiendo la palabra, incluyendo esos libros, que en actitud kafkiana, quiso ocultar. Algo nos consuela, hemos podido verlo fuera de su vida rural, en Nicaragua el año pasado, en un Congreso Internacional de Literatura. Y este año que marchará a Los Angeles, en compañía de sus decapitados de la luz oscura, anuncia el gran amanecer de su obra que seguirá haciendo presencia nacional.

San Salvador, 1 de abril de 2000.

 

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