revista cultural alKimia


Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

Tango para llanto y orquesta

Por Álvaro Menen Desleal

Me dijiste adiós, adiós me dijiste, sin escenas penosas y con la sencillez de quien corta una ramita, sin escenas penosas para ti, que yo me quedé sentado a la orilla de la cama, en calzoncillos y en ayunas, perdido entre llorar o afeitarme.

Hoy desayuno diariamente, y desde hace quince días, con un plato de recuerdos. Desayuno a cada rato, crecida la barba, alborotado el pelo, la pijama de la hora en que te fuiste –la misma, sí– pegada al cuerpo como cáscara. La pijama, la pijama a rayas que tú, con mi dinero, me obsequiaste para reírte más.

Pero el desayuno es suculento. Una vez me harto de verte corretear por el jardín de la casa de tus padres, mocita de diez años a la que yo, viejo ya y con hijos casaderos, miraba disimuladamente desde el balcón, baba en boca y ojos vidriosos de deseo. Otra vez me harto de ver a mi mujer–la pobre, que no cayó nunca en la cuenta. Y otra vez te veo ya casi quinceañera, desnuda en aquel traje de baño que me empujó al pecado y a la perdición...

Y me dijiste adiós, adiós me dijiste, pese a que por ti abandoné a mi mujer y sumí en vergüenza a mis hijos.

No sé por qué una muchacha de tu edad se enredó con un cincuentón que usaba tintes en las canas. Padre tenías, y no buscabas un padre en mí. Lo que quizás buscabas lo tuviste, con ciertas limitaciones comprensibles que tú, tan exaltada y tan inconsecuente, te negaste a aceptar. Y fue entonces lo de ir a las cuevas de bohemios adolescentes, donde bailabas y te besabas sin pudor, mientras yo me fundía con las sombras y luchaba por flotar en los vasos de aguardiente. Y fue lo de traer a tus amigos a casa y presentarme –tan pesada– como tu papá. Y fue lo de la motocicleta que me obligaste a comprarte, todo para ir de juerga más libremente.

Me dijiste adiós. . .

Pero pasamos buenos ratos. Yo, por lo menos, los pasé. Las crenchas de tu pelo rubio se metían en mi boca cuando te mordía los senos... Tus uñas en mi espalda, los vellos de tu pubis, mis besos en tus muslos. . .

Y me dijiste adiós, adiós me dijiste. . . Yo me quedé sentado a la orilla de la cama, enfundado en el pijama a rayas. Cada vez más sereno, es cierto; pero con la serenidad del que se desangra.

20-VI-68

Tomado de "Una cuerda de nylon y oro"

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