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Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

Vivir con Álvaro

Por Cecilia de Menen Desleal




Álvaro iba para su casa en construcción a la hora en que yo salí a buscar agua para cocer los frijoles

Álvaro iba para su casa en construcción a la hora en que yo salí a buscar agua para cocer los frijoles. Según dice, le llamó la atención mi ombligo al aire y le comentó a su acompañante que era yo -aunque me miraba por primera vez- la mujer de su vida.

Me mandó llamar varias veces y con todas las personas que pudo, pero yo estaba ocupada: cosía todo el día y tenía en mente un negocio fantástico, no tenía tiempo para acudir al llamado del nuevo vecino, un "don Álvaro" al que nunca había visto y del que apenas sí había escuchado.

Me pidió que le echara una mano con su cosas. Acepté -a pesar de que no soy fanática de las tareas del hogar- por hacerle un favor a ese señor que estaba solo con miles de objetos cubiertos de polvo y que no tenía en su cocina más que un microondas para recalentar la comida china que conseguía en la calle. No imaginé siquiera que el favor me lo estaba haciendo a mí misma.

Al tercer día de conocerlo, me habló con franqueza: no me quería como ayudante, sino como pareja. Así de sencillo. Me eché a reír. Mi experiencia anterior no había sido agradable, no tenía intenciones de intentar una nueva relación y me sentía completa con lo que tenía y satisfecha con la vida que llevaba. Respondí que podía ayudarle en lo que quisiera, pero no con eso. Igual, siguió insistiendo. Me lo decía siempre, muy seriamente o a manera de broma, como fuera, a cualquier hora.

Me era simpático, aunque no acababa de entenderlo. A veces me impresionaba su inteligencia, su sencillez para expresarse; pero otras me confundía con ese sentido del humor tan especial que tiene o me parecía demasiado complicado para una mujer sencilla como yo.

Una madrugada, me sorprendí pensando en él y caí en la cuenta de que estaba ya dentro de mis preocupaciones, de que quería intentar la vida a su lado, y me colé bajo sus sábanas, en un hueco que tenía mis medidas y que él había dejado abierto para cuando yo quisiera ocuparlo.

A veces me regaña por haber tardado tanto en aparecer en su vida. Yo me quedo callada, le sonrío y le doy un beso. Habría preferido que Alvaro apareciera mucho antes en la mía: los seis años que han pasado desde entonces no han sido suficientes para darle todo el amor que se merece y para disfrutar -juntos- del tiempo que hemos aprendido a vivir.

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