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Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

Álvaro 2000: Modelo para armar

Por Luis Melgar Brizuela

Ojalá así no fuera pero los signos parecen decir que ese mago del cuento y del teatro que es Álvaro Menéndez Leal está escribiendo la última escena, el mutis de su forma entre nosotros. Nos dolería que no se quede más: quisiéramos que cumpla la esperanza, dicha por él mismo, de remontar "la bellísima edad de los ochenta" y seguirnos contando maravillas bien temperadas, como con cuerdas de nylon y oro...

Lo conocimos allá por 1964, nimbado de los triunfos de Luz Negra, ese lujo de las tablas salvadoreñas y del mundo, ese ojo del huracán en nuestra dramaturgia. Tenía unos 33 años, era un gran señor de sí mismo, cada palabra suya era lección de audacia, un modelo de amor por el oficio de escribir, y de contar.

Almirante de la cultura del siglo veinte y de otras eras pasadas y futuras, nos enseñó a no conformarnos con el provincianismo ni el diletantismo. Quiso ser mundial, llevándonos con él, y luego regresar a nosotros con el cosmos entre ceja y ceja, para dárnoslo. Le colaboraron su Móter y su Góter chisporroteando a Dios "in articulo mortis" por tantos otros países. Quiso ser profesional a pesar de la aldea guanaca, y pagó por ello un precio altísimo: divorcios, exilios, negaciones. Su calidad lo hizo el más mundial de la aldea y el más aldeano de los mundiales. Porque finalmente, así lo confiesa, prefirió Cojute o Los Planes a Londres, Bonn o París, habiendo conjurado para sí un público de dos o tres continentes.

Entre los revolucionarios de la literatura nacional, los de la llamada Generación Comprometida, fue él quien más reingenió el cuento y el drama, en línea con el mundo: nos importó robots atentos, gobernadores de planetas, androides viciosos, suicidios en el refugio atómico; ah, y políticos y delincuentes y ciegos analizando la frontera del amor y del odio, desnudando la miseria y la grandeza del ser...

En tantas y tantas de sus historias analiza la muerte, esa gaviota de Luz Negra. Ahora dramatiza -espectador de sí mismo, sin fallarle al humor- el análisis de su propio tránsito. Ah, qué maestro, ¿cómo es que no espera siquiera a los ochenta, como él mismo decía, para seguir contándonos de estatuas y egipanes, de naves y de sueños, de iconoclastas y rebeldes. . .

Cuando lo conocimos más, vimos su lado humano, su solidaridad y su finura, sus excentricidades y sus otros oficios. Y más tarde, en la cumbre de sus años, lo vimos hacer gala de esta sabiduría: ¿qué más pedir puede un hombre que salir de su Bibiblioteca a su jardín y luego regresar a sus libros con el aroma en vilo de sus flores?

Álvaro vino al mundo con el pan de la palabra bajo el brazo. A construir ficciones de verdad, como espejos inéditos. Decía (¿humildemente?) : "Soy un genio"; o : "En El Salvador, la cultura soy yo", haciéndoles cosquillas en la panza mental a los que querían seguir en somnolencia. Claro que ha sido un genio, y su maravillosa lámpara quedará con nosotros.

Que bueno sería, maestro, que se quedara un tiempo más. Pero si así no fuera, que los astronautas del verbo lo acompañen en este capítulo de sombra y luz, el más inédito, "in articulo vitae", adonde tienen su nicho los inmortales como usted.

Como quiera que sea, gracias por dejarnos entre los arcones de su bibliotecasa, ese modelo para armar (a la cultura salvadoreña) que son su palabra y su nombre, maestro.

Abril de 2000.
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