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Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

Apuntes sobre "El hombre marcado"

Por Beatriz Cortez

En marzo de 1999 asistí al Séptimo Congreso Internacional de Literatura Centroamericana en Managua. Una de las sesiones vespertinas incluía lecturas de varios escritores centroamericanos, entre ellos, Álvaro Menén Desleal. Me senté al fondo del salón, precisamente junto a Álvaro, y mientras la sesión daba inicio, miré cómo él jugaba con un papel escrito a máquina y con correcciones a lápiz. Era su relato inédito "El hombre marcado".

Los relatos de Álvaro están entre mis favoritos. Siempre he vuelto a ellos divertida con la transformación de sus significados a través de los años. Leer "La hora de los équidos" durante mis tiempos del colegio me hacía mirar la obsesión de mis amigos por decorar sus carros con estéreos y spoilers con otros ojos. Leer durante la guerra "Revolución en el país que edificó un castillo de hadas" le daba al cuento significados insólitos. Pero esa tarde en Managua, cuando Álvaro subió al estrado y leyó ese papel doblado y desdoblado pensé que de entre todos sus relatos, "El hombre marcado" era el que más me hablaba a mí, personalmente.

Por eso esa noche, mientras Ernesto Cardenal leía su poesía con una mezcla de formalidad estatal e informalidad bohemia, yo me senté en las gradas que daban al escenario y me perdí en el relato. Le había insistido tanto a Álvaro que me dejara hacer una fotocopia de su papel doblado, que seguramente accedió para deshacerse de mí de una buena vez. A la salida del recital, le di, a cambio, otro papel doblado y con tachones: mi visión crítica sobre su relato. Este fue el texto que escribí aquella noche en Managua:

Una de las propuestas más significativas del filósofo Louis Althusser respecto a la constitución del sujeto se basa en su concepto de interpelación. La idea es que el sujeto se constituye en el momento en que se reconoce a sí mismo al ser nombrado o requerido por otro, quien a su vez, representa a la ideología y, por lo tanto, la autoridad. Se trata de un juego de aparente libertad, nos dice Althusser, ya que la única libertad que tiene el individuo interpelado a ser sujeto es la de someterse por su propia voluntad al poder, a la autoridad, en fin, a la sujeción.

La crítica estadounidense Judith Butler retoma esta idea al analizar la historia personal de Althusser, particularmente el asesinato–cometido por el mismo filósofo–de su esposa Hélene. Butler enfatiza el carácter voluntario de la sujeción al discutir la reacción del filósofo tras el crimen. Ella interpreta la acción del filósofo de salir a la calle y entregarse por su propia voluntad a las autoridades como un gesto auto interpelativo. Para Butler, este acto de Althusser revela el lazo pasional que une al individuo con la autoridad a través del proceso de interpelación. Es un lazo pasional que une al sujeto a aquello que también lo subordina: la regulación social. En ese lazo pasional, producto del deseo de existir que experimenta el sujeto, es donde reside su vulnerabilidad. La única forma en que el sujeto puede sobreponerse a su propia vulnerabilidad es por medio de su voluntad de no ser, lo que Butler llama una desubjetivación crítica.

Este proceso de desubjetivación crítica como forma de resistencia al lazo pasional que une al individuo con la ley se ilustra en el relato inédito de Alvaro Menén Desleal, "El hombre marcado". Se trata de un individuo que apela a la ley para institucionalizar su ca lidad de sujeto: acude a la intendencia para poner en el Libro del Registro "justamente en la casilla en blanco situada a la par de [su] nombre y [su] número de ciudadano" su huella digital. Sin embargo, ese acto le produce una mancha en su dedo pulgar, una mancha que lo señala y que, por lo tanto, lo expulsa de manera paulatina hasta el margen. En un mismo acto el individuo, doblegado por la atracción que siente por la ley, se instituye como sujeto, pero a la vez, inangura un proceso de auto destrucción que termina anulando esa recién lograda subjetividad.

El protagonista de este relato habita un espacio en el que el discurso oficial y la experiencia del individuo carecen de coherencia: mientras el letrero cívico frente a un basurero anuncia que "la ciudad es la casa de todos", su experiencia comprueda lo contrario. La ciudad es la casa de todos, siempre y cuando no sean portadores de una mancha indeleble que los distinga del resto de habitantes de ese espacio urbano, una mancha metafórica que multiplica las posibilidades interpretativas de este relato. Como quiera que se interprete la mancha que señala a este individuo (cada uno de nosotros tendremos nuestra propia mancha) no cabe duda que lo convierte en víctima de un vertiginoso proceso de señalamiento público y de vigilancia social.

La vigilancia social funciona de tal forma que es internalizada por el individuo. De hecho, la vigilancia continua por parte de la autoridad se hace innecesaria. Basta con que el individuo adquiera conciencia de encontrarse bajo un estado de vigilancia, para que lleve a cabo por su misma cuenta ese proceso de vigilancia sobre sí mismo. Es así que el protagonista de este relato se siente obligado a darle explicaciones al cantinero en un bar que había clavado su mirada sobre su dedo manchado y se siente perseguido por los reproches de su familia, de sus compañeros de trabajo, de quienes le rodean. La auto vigilancia es tal que lo hace olvidar el proceso iniciado con un acto voluntario que lo constituía como sujeto. Es más, como resultado de esa auto vigilancia pasa a un espacio al margen donde nadie lo reconoce como sujeto, donde él mismo no se reconoce como sujeto. Es entonces que el individuo inicia el proceso de destrucción de su cuerpo al intentar eliminar la mancha que cercena su calidad de sujeto: "Ya en casa, al tomar la ducha, me enjboné varias veces todo el cuerpo y me fregué furiosamente con la esponja vegetal, hasta sentir que me hacía daño, porque creía percibir que la mancha en vez de atenuarse, se me transfería al cuerpo entero".

La culpa lo invade. El protagonista explica que se siente "culpable de todo y culpable de nada, que es el peor de los sentimientos de culpa porque no hay manera de purgarla. Culpa que no purgas es culpa que te arrastra. Lo saben todos". Mientras tanto, la misma autoridad que antes lo había reconocido como sujeto en el mo-mento en que estampó su huella digital en la casilla indicada, le revoca ese reconocimiento. Como resultado, en su trabajo lo obligan a presentarse ante el director general "para que la más alta instancia del sistema constatara el estado de [su] mano, en la que ahora florecía, impretérita y resuelta, una mancha más grande, más viva y más fresca". Lo genial de este relato es que la culpa del protagonista funciona como una fuerza liberadora que lejos de esclavizarlo, le permite salir del círculo pasional que lo ataba a la ley, le permite iniciar un proceso de desubjetivación crítica. El protagonista del relato, por medio de su culpa, obtiene la posibilidad de liberarse del círculo vicioso en que se encontraba inmerso. La culpa le produce un deseo de no ser que destruye el lazo pasional que lo unía a la ley, lo lleva a renunciar a su calidad de sujeto de manera voluntaria. El protagonista inicia este proceso negándose a utilizar su mano diestra y cubriéndola con un guante al caminar por la calle en un gesto que intenta cubrir su imperfección. Como resultado, "los niños [le] arrojan latas de refresco y cáscaras de frutas, mientras [le] gritan cosas incomprensibles", su familia lo abandona e incluso los perros empiezan a ladrarle.

Para colmo, el resto de individuos que habita el espacio urbano, en su lucha por mantenerse dentro de la legibilidad cultural, da rienda suelta a su propio proceso de auto vigilancia y se esfuerza por diferenciarse de este individuo que ahora habita el margen. El protagonista señala: "De aquel día para acá todo fue peor. Los choferes de taxi me agreden, las madres alejan con aprensión a sus hijos cuando me ven aparecer, y llaman a la policía civil, la que invariablemente me arresta". Y aunque pierde permanentemente su calidad de sujeto, el protagonista logra liberarse del lazo pasional que lo ataba a la ley. Al final se marcha solo con su culpa, pero ya no pueden afectarle quienes lo rodean, es más, ahora tiene la posibilidad de experimentar una riqueza individual que antes tenía vedada y de incursionar en el ámbito del placer. Es un final positivo que nos muestra la pérdida consciente de la inteligibilidad cultural del protagonista y su paso al margen donde quizá por vez primera el individuo tenga la posibilidad de ser.

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