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Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

¿Quién le teme a Menen Desleal?

Por Rafael Menjívar Ochoa

En una literatura acostumbrada a la inmovilidad y el bucolismo, la Generación Comprometida, bajo la mirada necesaria de Pedro Geoffroy Rivas y Oswaldo Escobar Velado, significó un cambio fundamental para El Salvador.

En primer lugar, se enfrentó con los fáciles paradigmas de la cultura oficial como no lo habían logrado el Grupo Octubre o el grupo sin grupo de Claudia Lars y Salarrué . (Este último, por el contrario, fue convertido también en cultura oficial, justa o injustamente, y allí se mantiene.) Es decir: convirtió la literatura en una actitud ética, moral si se quiere. El maniqueísmo habla de una toma de posición dentro de la izquierda radical, lo cual sólo es cierto parcialmente, como lo ha demostrado Rafael Lara-Martínez.

En segundo lugar, vio el mundo (y la literatura) que existía más allá de las pequeñas fronteras salvadoreñas. Vallejo, Neruda, Huidobro, Musil, Eliot, muchos otros, llegaron a convertirse en parte de la cultura nacional.

Dentro de una generación literaria altamente provocadora, destacó Alvaro Menen Desleal por sus boutades geniales, sus críticas sin clemencia y su sólida obra. Entre otras cosas, se lanzó a la desmitificación de la endeble idea nacional de literatura, tan embebida en su propia imagen que negaba la existencia de un rico mundo literario exterior.

Descubrió que mucha de la literatura salvadoreña estaba basada en mitos. Por ejemplo, que Masferrer no era sino un tipo de buenos sentimientos que encaraba la filosofía con poco rigor académico, y que como novelista y poeta podía ser entrañable, pero no memorable, que Alfredo Espino, a pesar de su probable talento, es un poeta adocenado, "de tarjeta postal", según sus palabras. (¿Un "poeta niño" de 28 años? ¡Por favor! Rimbaud cambió el concepto de poesía entre los 16 y los 19, y luego se puso a traficar con armas y esclavos. La poesía es mucho más que versificación). Que Salarrué tiene algunas cosas de gran calidad, pero que no es suficiente para entregarle el futuro estético del país. Etcétera.

Lo interesante fue que Menen Desleal ha apoyado sus juicios en su propia obra, que es como deberían hacerse las cosas. No se ha tratado de destruir mitos sin dejar a cambio más que un ego feroz: ha ofrecido una obra cuentística y teatral como aún no se ha visto en El Salvador (aunque hay vislumbres, al menos en lo referente al cuento).

Acríticamente, se le ha acusado de ser plagiario de Borges y Beckett. Más de un alma con poco sentido del humor no le perdonó el famoso prólogo de Borges en "Cuentos breves y maravillosos" (cuyo título está basado, obviamente, en "Cuentos breves y extraordinarios", de Borges y Bioy Casares, con referencias eruditas igualmente apócrifas). No es que el prólogo fuera falso: Menen Desleal, según cuenta, lo armó con trozos de prólogos de Borges y cambió el nombre de otros autores por el suyo. Los cuentos no son "plagios" de Borges: son elaboraciones propias basadas en las ideas del maestro, lo que en otro lugar se llamaría "influencia". (Si se lee "La bicicleta al pie de la muralla", se verá cómo se desarrollan los temas e ideas de "Cuentos breves y maravillosos".)

También acríticamente, se ha dicho que "Luz negra" es un plaglo de "Esperando a Godot", de Samuel Beckett, a quien pocos de sus detractores han leído. Hay una evidente influencia de Beckett (quizá más del Ionesco de "Las sillas" o de "Rinoceronte", si de eso se trata), y no se espera otra cosa de un escritor: que tenga influencias. No hay un solo escritor que surja del vacío, y mientras más ricas sean las influencias, más interesante podrá ser el escritor resultante.

Lo que hay en el fondo de las críticas a Alvaro Menen Desleal es un intento de descalificarlo y echarlo de lado para quedarse en la comodidad de una literatura encerrada en un ciclo sin solución de continuidad, cuando la literatura (como casi cualquier cosa, excepto la literatura oficial) es cuestionamiento constante, invención, creatividad, provocación.

Hay también la necesidad de muchos escritores de bajo nivel de borrar un parámetro necesario para las letras salvadoreñas, difícil de alcanzar, porque para eso se requiere de lecturas, trabajo y disciplina, no la simple redacción de tex-tos que igualen lo peor de Roque Dalton, lo mejor de Espino o lo mu-cho de Salarrué que ya no tiene un asidero en nuestra realidad. (Salarrué, señores, está en el pasado de las letras salvadoreñas. Que allí descanse.) Hay quien no le perdona a Menen Desleal su humor corrosivo, sus provocaciones constantes. Pero ¿para qué se escribe entonces -o para qué se vive-, sino para provocar, para generar reacciones, inquietudes, crisis, en tanto la adaptación a lo nuevo será necesariamente dolorosa, o al menos incómoda? Es una de las condiciones de la evolución. ¿Qué ética -qué moral incluso-, qué estética, es la que no soporta una broma o una pedrada a sus más veneradas estatuas?

Eso es lo que urge preguntarse. Cuando se tenga la respuesta, aparecerá Menen Desleal en el centro de la plaza orinándose de la risa, y ya sabrá el lector si sentir vergüenza, enojo o también orinarse en lo más convulsivo de una carcajada.

 

p.S. La designación de Un día en la vida, de Manlio Argueta, como la quinta mejor novela en español del siglo XX por parte de la Modern Library, de Estados Unidos, ha provocado una serie de ataques inclementes de los "gurús" de la cultura en El Salvador.

Quizá, en vez de desacreditar a Argueta, otro de los pilares innegables de nuestra literatura, sería interesante afrontar el hecho críticamente (una discusión seria y enterada, por ejemplo, no un par de artículos o entrevistas descalificadores) y, de paso, alegrarse de que la trayectoria de medio siglo de un escritor salvadoreño tenga un reconocimiento. Desde aquí, una felicitación para Argueta. Lo demás deberá discutirse en términos estéticos.

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