revista cultural alKimia


Alkimia

Revista Cultural Alkimia / Número 1 / El Salvador, Centro América / 2001

Álvaro sentado sobre una tumba

Por Claudia Hernández


El placer de pasearme entre los muertos lo heredé de un desconocido de mirada irreverente que se sentaba sobre las tumbas como si se trataran de cualquier sofá de su casa y que se burlaba de mis pasos cuidadosos y de mis dedos colocando flores al lado de los nombres de los difuntos puestos en letras doradas.

A cambio de mi mirada de reproche, me invitó a sentarme a su lado y a llevarle las flores. Tenía hambre. Con las flores puede hacerse una buena ensalada. Aunque algo agria. ¿Te parece? Jamás las hubiera imaginado con este sabor siendo así de lindas. Las flores para los muertos no son lindas, son tristes. Cuando son de plástico. Cierto —confesé—, saben espantosas. Y se metió medio ramo a la boca de una vez. No tardó en escupirlo. Plásticas. Lo siento, no me alcanzó el tiempo para sembrarlas, regarlas, hablarles, hacerlas crecer y cortarlas cuando alcanzaran su punto. Qué irrespeto. Me sentí avergonzado. Eso no se le hace a un muerto. Me espanté. No es que le tuviera miedo a los muertos, pero él hablaba como si lo fuera y yo no tenía experiencia en platicar con uno. Pudiste haber comprado unas naturales en el camino. No se me ocurrió. Debe habérsete ocurrido, pero las de plástico duran más y eso significa venir menos, ¿no es cierto? Quedé descubierto. Para esa gracia, mejor se queda uno en casa. Hay que venir. ¿Por qué? Porque hay que hacerlo. No es cierto. Por el dolor. El dolor toma manifestaciones extrañas, pero no crece en los cementerios. ¿No? No. Hay que buscarse otra razón para venir. Bueno, entonces, se puede venir a caminar. O a leer un poco, el sitio se presta para ambas cosas. No lo sé, no es que me incomodaran los muertos, pero me habían enseñado a respetar su memoria y a no pisar el sitio donde estuvieran enterrados, no se me había ocurrido que uno podía descansar sobre ellos como si se trataran de simple polvo. Son tumbas, hijo, las tumbas no son los muertos. ¿Están para ser pisoteadas? Si alguien hubiera querido que no se pusiera pie sobre ellas, las habrían colocado en otros sitios o las habrían cubiertos de púas, o les habrían construido murallas, como a aquellas que se ven a lo lejos. Pero no lo hicieron; al contrario: las diseñaron a la manera de camas y son realmente cómodas. Cuando no estás dentro. También cuando estás dentro, pero ahora estamos afuera y tenemos que aprovechar el buen clima de esta ciudad. Me pareció un muerto que se había negado a asumir la formalidad propia de los que ya no respiran. Se acomodó en la tumba de al lado y me ofreció la que acababa de abandonar. Es donde estaré yo. ¿O prefieres sentarte en la de los tuyos?

Después de media hora de tomar sol y aire solo sobre una tumba y sin dirigirme la palabra, me invitó a caminar. Lo seguí con cautela, no quería pisar una sola. Hay que cuidarse de no patear a los vivos, ellos son los sagrados, me dijo. Los muertos no guardan resentimientos, se puede caminar sobre ellos con confianza. Por cierto, mi apellido es Menéndez. ¿Menéndez Q.D.D.G.? De manera que un miedoso también puede contar chistes. Callé para no aceptar lo de miedoso. El que calla otorga. No había sido chiste, sino un despunte de valor. Valiente Alvarito. ¿Nos conocíamos? Con la vista se burló de mí. Se adelantó tres pasos. Como no lo seguí, volvió su rostro y me dijo ya estoy cansado de ti. Voy a darte tu herencia para que ya te largues. Extendí la mano. La tomó. Me guió hasta una tumba. La colocó sobre ella. Me dio la espalda. ¿Qué es? ¿El cementerio? Hora de terminar con los chistes. Estaba hablando en serio. ¿Qué es? ¿No tener miedo? Ya me cansé de ti. Es eso. No. Entonces es el placer. Sonrió. Hay que ser práctico en la vida, me dijo y se largó. Si hubiera sido menos orgulloso, me habría abrazado.



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